Jade caminó por inercia por las calles de California, deslizándose como un borrón. Tomó un taxi con el poco dinero que Robert le dio antes, y le dio la dirección de su padre. No tenía ningún lugar más a donde ir. La maleta en el asiento del pasajero era un peso pesado, físico y metafórico. La furia y el dolor de la confrontación con Robert aún ardían en ella, pero el agotamiento la carcomía. La imagen de su padre, Morgan, era el único faro en la tormenta, la única promesa de un puerto seguro.
Llegó a la casa familiar en un barrio tranquilo a las afueras de la ciudad, un lugar que no había visitado en meses, ni desde que Robert la había "rescatado" del yugo de Hywell. Las luces de la entrada estaban encendidas, proyectando una cálida bienvenida en la oscuridad de la noche. Estacionó el coche y se quedó un momento, el corazón latiéndole con una mezcla de aprensión y anhelo. ¿Cómo reaccionaría su padre? ¿La recibiría?
Respiró hondo y salió del taxi, arrastrando la maleta por el camino de