La confrontación en el casino había sido un golpe devastador.
Hywell no había levantado la mano, no había golpeado, herido ni gritado, pero su mirada helada y sus palabras cargadas de veneno habían sido tan brutales como cualquier golpe.
La traición había sido expuesta, y el precio inminente.
De vuelta en la mansión, el ambiente era gélido, opresivo.
Jade fue conducida a su habitación, custodiada por dos guardias, una vigilancia constante que nunca antes había experimentado. Sentía la desesperación ascender por su garganta, la certeza de que su plan se había desmoronado.
Se sentó en la cama, temblando, con el rostro pálido.
Mientras tanto, Nick fue llevado directamente al estudio de Hywell. La puerta se cerró con un eco ominoso. El interrogatorio no fue físico, pero la crueldad de Hywell era una fuerza que se manifestaba en la humillación, la degradación y la manipulación psicológica. Hywell no necesitaba tocarlo para desmantelarlo.
—Así que… —dijo Hywell, su voz tan fría que congela