El eco de la declaración de Nick: "Nosotros dos, mi amor, estaremos juntos para siempre", resonó en los oídos de Jade como una sentencia de muerte.
El terror se instaló en su corazón al ver el arma en la mano de Nick, la certeza de su locura, la fría determinación en sus ojos. Encadenada a la pared de esa lúgubre fábrica de Los Ángeles, California, Jade se sintió más indefensa que nunca, pero una nueva oleada de desesperación la impulsó a intentarlo una última vez.
—Nick, por favor… tienes que parar —suplicó Jade, las lágrimas corrían por sus mejillas. Su voz era un ruego, un intento desesperado de llegar al hombre que alguna vez creyó conocer. —Esto… no tiene que ser así. Tu tiempo se acabó. Yo te quise mucho… de verdad lo hice, en su momento, pero me enamoré perdidamente de él, y me voy a casar con Hywell. Lo amo.
Nick ni siquiera parpadeó. Su mirada era inquebrantable, tan fija y helada como el acero de su arma.
—No, Jade —replicó, su voz era un susurro denso de posesión, desprovis