La luz tenue del amanecer se filtraba por las cortinas de seda, pintando la vieja habitación de la mansión con tonos dorados. Jade se estiró, sintiendo el leve crujido de sus músculos, un agradable recuerdo de la intensidad de la noche anterior. Una sonrisa, suave y satisfecha, se extendió por sus labios al recordar el tacto de Hywell, la pasión desenfrenada que los había consumido.
Su mano se extendió a su lado en la cama, buscando el calor familiar de su cuerpo. El espacio estaba vacío, y el lugar donde Hywell había dormido, o al menos había estado, estaba frío.
Jade se levantó de la cama con una rapidez que la sorprendió, una punzada de algo parecido a la decepción, pero mezclada con una curiosidad inmensa. Si no estaba en la cama, debía estar en la mansión. Por eso se tiró, literal, de la cama.
Entró al lujoso baño, que aún olía fantástico, a los caros productos de tocador de Hywell. Se duchó, el agua caliente lavando los restos de la noche, el vapor empañando los espejos. Se lavó