56. Rompiendo protocolos
Alessandro
Valentino y yo llegamos temprano al hospital, aunque mi cuerpo aún resentía las ocho horas del procedimiento de ayer. El área de pediatría a la que íbamos, con sus colores brillantes y sus figuras de animales sonrientes, no me hizo sentir mucho mejor. Porque a pesar de que todo estaba diseñado para disfrazar la realidad: detrás de esas puertas, los niños luchaban por sus vidas.
Me senté en uno de los sillones de cuero y observé. Los médicos mantenían una sonrisa sin importar lo que hubieran visto en la última habitación. Como a la familia que acababa de dejar la sala, llorando porque su pequeño había perdido su batalla.
Me pregunté si se habían endurecido por necesidad o si habían aprendido a compartimentar mejor que yo. Porque mientras ellos mantenían esa calma y lo tomaban como una mañana más, yo sentía que la ansiedad me carcomía por dentro porque era el día que podía salvar o perder a mi hijo.
El término aún sonaba extraño en mi mente, pero era real.
—¿Te sientes bien