57. Nuestro hijo
Alessandro
La capilla del hospital intentaba proyectar serenidad con sus vitrales en tonos pastel y su altar modesto, pero como el área que acababa de abandonar, tampoco podía ocultar lo que realmente era: un lugar donde las personas desesperadas venían a negociar con fuerzas superiores.
Las bancas mostraban el desgaste de las rodillas que se habían presionado contra ellas, rogando por milagros que la medicina no podía garantizar.
Me senté en el último banco, permitiéndome sentir al fin el peso completo de las últimas horas. Las lágrimas vinieron sin que pudiera controlarlas, y arrastraban no solo el dolor por no poder ayudar más a mi hijo en este momento. Sino por todo lo que había sucedido desde que Roxana y yo nos separamos en Ibiza.
Los « Si hubiera… » y los « por qué no… » eran dolorosos, y aunque no servía de nada castigarse con ellos, no por eso dejaban de doler.
—Por favor —susurré tras ponerme de pie y encender una vela votiva con manos que aún temblaban—: No permitas que