42. Farfallina
Alessandro
La puerta de mi apartamento se cerró con un golpe sordo tras nosotros. El agua de lluvia formaba charcos sobre el mármol mientras observaba a Roxana temblar en el vestíbulo.
Su vestido empapado se aferraba a cada curva como una segunda piel, y el encaje del sostén dejaba ver el contorno de sus pezones, endurecidos por el frío.
La guié hacia el interior, luchando contra el impulso de presionarla contra la pared más cercana y hundirme en ella de una vez. Desde que estábamos en el auto, su perfume, mezclado con el aroma fresco de la lluvia, me estaba volviendo loco.
Cuando se detuvo en medio de la sala y se abrazó a sí misma, tiritando, sentí cómo mis puños se cerraron involuntariamente ante la necesidad de tocarla.
Cazzo.
—Espera aquí. Necesitas entrar en calor —ordené con voz gutural antes de desaparecer por el pasillo.
Subí las escaleras de dos en dos y, ya en mi habitación, me quité la ropa a patadas. Me puse un pantalón de chándal y una camiseta, luego tomé una toalla y l