Me alejo en la espalda del integrante de los Mano Negra llamado Mateo. Trato de no llorar, pero las lágrimas ruedan por mis mejillas mientras veo cómo mi Gerónimo me mira a lo lejos, para luego desaparecer entre la maleza. Mi corazón late acelerado, con el miedo calando profundamente al pensar en perderlo. Mateo corre y corre sin parar; las ramas chocan contra nosotros hasta que nos detenemos al escuchar cómo los disparos se alejan. Me baja despacio y se gira para mirarme.
—Lo logró —dice mientras mira hacia el bosque detrás de nosotros. Luego me observa mientras toma aire a bocanadas—. Es increíble lo bien preparado que está; tu chico hizo que lo siguieran. Ahora vamos, tenemos que avisar para que vengan por él. —El teléfono —le pido, alargando la mano—. Dame tu teléfono para llamar a la familia y avisar. —Sí, t&oac