Mi corazón galopa a mil; pequeños recuerdos de ella regresan a mi mente. La veo herida, llena de sangre, y yo corriendo con ella en un hospital. ¡Oh Dios, que no le haya pasado nada a mi Cielo! Trato de seguir recordando, pero unos toques en la puerta me distraen. Camino hacia allá, envuelto solo en la toalla, abro de golpe para encontrarme con Romina, que dijo que se llama Cristal.
—¿Qué haces aquí? —pregunto molesto. —Vine a ponerte tu medicina, para después ir a un club —dice ella, mirando escrutadoramente. —¿Qué medicina y qué club? —pregunto, pasando por su lado rumbo a mi ropa. —Tu medicina, para tu herida, y nos van a llevar a un club —dice ella acercándose demasiado a mí—. Por favor, amor, ponte la medicina para que te cures y escapemos de aquí. ¿Por qué no puedes a