Mi cuerpo parece estar a punto de colapsar, cada fibra de mi ser lucha contra el dolor que retumba en mi costado. La humedad del bosque se filtra en mi piel, y una mezcla de miedo y adrenalina me mantiene avanzando, aunque siento que estoy a punto de desfallecer.
—Es… es mi costado —consigo decir con dificultad, mientras trato de seguir el ritmo de Mateo—. Algo está mal. Me dieron un tiro en la costilla y todavía no me recupero, no puedo más. —Sube en mi espalda —dice Mateo casi como un mandato, volviendo la cabeza hacia mí solo lo suficiente para evaluarme con sus ojos claros, fríos como el acero. Se inclina y me monta en su espalda. El sonido de las ramas quebrándose bajo sus pies es casi tan fuerte como el de los disparos que se repiten detrás de nosotros. Por fin vemos el auto escondido entre las ramas. —Móntese, señora. Toma l