Me quedo en silencio. La revelación de mi padre trae un alivio inesperado, pero al mismo tiempo, una incomodidad que no logro borrar. El té frente a mí comienza a enfriarse mientras mi madre toma asiento a mi lado, con esa calma desconcertante que tiene, incluso en los momentos más complicados.
—¿Estás seguro de que hablaste con Fabrizio? —pregunto, inseguro, bajando la mirada hacia la mesa—. ¿Está bien? ¿De veras, papá? ¿Y por qué me estuvieron mandando esos mensajes y asustándome? —Debe ser alguien que te hizo una maldad, pero no te preocupes, ya averiguaré quién fue y no hará el cuento —asegura mi padre abrazándome—. Ahora cuéntame, ¿la nieta para cuándo? —¿De veras mi hermano está bien? —pregunto de nuevo, con incredulidad. —S&