Cecil, con cierta duda, accedió. Evelin tomó a la bebé entre sus brazos, acomodándola cerca de su pecho mientras murmuraba palabras dulces que parecían calmarla lentamente.
—No entiendo cómo puedes tener ese efecto en los niños, Evelin —comentó Cecil con una ligera sonrisa, aunque sus ojos reflejaban el agotamiento que todos sentíamos.—Sí, tómala. No se quiere calmar; creo que tiene hambre —dijo Cecil, entregándole la niña a mi prima Evelin—. Es la hija de Chiara y no sabemos si de Gerónimo.—No, esa niña definitivamente no es de Gerónimo —dijo de inmediato mi prima Evelin—. Se me da un aire a alguien que conocemos, pero no a Gerónimo.—¿Verdad que no, Eve? —pregunté con un suspiro.—Estoy segura. Todos ustedes hacen copias de sus hijos —dijo Evelin sin de