En mi casa en Roma, mientras todos se encontraban en Palermo, me había cansado de gritar, pero nadie vino en mi auxilio. Me dolían los brazos, las piernas y el cuerpo de tanto tirar de las cadenas. Pero nada había dado resultado; lo único que conseguía era lastimarme. Pienso una y otra vez en una manera de engañar de nuevo a Giovanni. ¿Por qué cambió tanto? Siempre fue muy dócil, el mejor y más tonto de los Garibaldi. Nunca se metió en mi vida, no me buscaba ni me reclamaba nada personal. Sólo intervenía cuando se trataba de sus hijos.
¿Por qué fui tan estúpida? Me recrimino una y otra vez. ¿Cómo no me fijé si me seguían? ¿Cómo voy a convencer ahora a Gerónimo y Guido de que no estaba tramando nada en contra de ellos y sus esposas? ¿Habrán rescatado a Gerónimo? ¿Tendría &e