Mi mente queda en blanco por un segundo, un solo segundo, pero para él parece más que suficiente. Giovanni sonríe, pero no con amor ni nostalgia. Es una sonrisa de triunfo amargo, como un depredador que confirma la debilidad de su presa.

—¿Estás segura de eso, Rosa? Tu esfuerzo es inútil —responde secamente mientras toma asiento frente a mí, apoyando los codos en las rodillas y entrelazando los dedos. Su gesto es calculado, casi clínico—. Si eres mi Rosa, entonces prueba que lo eres. Habla ahora, antes de que salgan los resultados de las pruebas de paternidad hoy.

—¿Qué prueba de paternidad? —me asusto al escuchar tal cosa. ¿Cómo no me enteré de que había vuelto a hacer esa maldita prueba?

—La que le mandé a realizar contigo a los chicos —dice, acomodando un instrumental en una mesa—. Solo lo hice para demostrarles qu