Todos ríen de su comentario, aunque debajo de las risas hay trazas de verdad. Sabemos lo que somos; sabemos, aun en estos momentos de celebración, que afuera nos acechan rivales que no descansan. Pero hay instantes como este, raros y valiosos, en los que todo parece estar en orden, al menos por un breve respiro.
—Bueno, Oliver, a ver si organizas algo que no termine en caos, porque ya te conozco —bromea Guido, rodando los ojos mientras abraza a Cecil, quien aún sostiene a su hijo en brazos como si el bebé fuera el único ser capaz de calmar cualquier otro pensamiento en su mente.—¡Ey! Tenme fe, Guido. Esta vez haré algo espectacular. Quiero que, cuando te cases en esta glorieta conmigo como organizador, digas: "Qué suerte tengo de tener un primo que sabe cómo hacerla en grande" —responde Oliver, alzando los brazos como si estuviera recibiendo una ovación imaginaria.—&iq