Todos se han marchado y me he quedado solo. Mi Cielo me pasa suavemente su mano por el rostro, como si quisiera cerciorarse de que soy real, que no está soñando. Mi tío Rossi me ha quitado todos los sueros y me ha dicho que duerma, que descanse, que todo está bien. Me hará un chequeo cuando lleguemos a la capital, pero por lo demás, todo funciona normalmente. Detengo su caricia apoderándome de su mano, la beso suavemente en el centro de la palma. Ella suspira y la cierra como si quisiera retener ese beso allí.
—¿Quieres que nos bañemos, amor? —le susurro, apartando su hermoso cabello de su rostro.—Estoy tan agotada, cariño —susurra Cristal—. Que no sé si voy a tener fuerzas para levantarme. Solo deseo meterme entre tus brazos y dormir.—Ven, Cielo mío, descansa aquí en mis brazos —tira de ella Gerónimo—. Despué