La humedad de sus labios, el enloquecedor y suave movimiento de su pelvis, el tacto de mi lengua al exigirle que abra la boca, provocaron todo en su conjunto que el sexo silencioso se hiciera miel.
Jadeo bajito al tiempo que la envolvía aún más en mis brazos. La estreché con fuerza, bajé mis manos y me aferré a sus nalgas, para subirla y empujarla contra mi erección. Gimió al sentir como me hundía en su interior hasta el fondo. Un fuerte estertor nos sacudió a ambos, y nuestras bocas se aferraron una a otra ahogando el sonido del placer, hasta quedar quietos, uno en brazos del otro besándonos suavemente, deseando que el tiempo se detuviera en este instante. Y sin poder reprimir más lo que sentía susurré en su oído.—Cielo, eres mi cielo.El sonido de la puerta al abrirse me despertó. Era mi tío Rossi que, al verme, sin decir nada sal