Cuando llegaron a la habitación, Maximiliano ya estaba allí, entubado y rodeado de máquinas que no dejaban de emitir sonidos rítmicos y monótonos. Junto a la cama, El Greco permanecía sentado con una expresión tan dura como desgarrada. No levantó la mirada hasta notar la presencia del grupo.
Al ver a Stavri entrar, el hombre se levantó con cierta pesadez y fue rápidamente hacia ella. Sus brazos, fuertes y protectores como siempre, rodearon a su esposa en un abrazo sólido y reconfortante. Después de Stavri, fue turno de Cristal, quien recibió el mismo gesto cálido y firme. Finalmente, El Greco inclinó la cabeza hacia su yerno en un gesto solemne, al que Gerónimo respondió de la misma manera, con respeto y seriedad. —¿Cómo está? —preguntó Gerónimo rompiendo el silencio que parecía habe