Emma eligió un momento sin testigos.
No fue de noche, cuando el cansancio suele deformar las palabras, ni en la madrugada, cuando el miedo se disfraza de urgencia. Fue una tarde tibia, de esas en las que la casa parece suspendida en un equilibrio frágil pero amable.
Isabella dormía después de la toma.
Sofía estaba en su habitación, concentrada en una videollamada con una amiga.
El mundo, por una vez, no exigía nada inmediato.
Alejandro estaba en la cocina, apoyado contra la encimera, revisando algo en su portátil. Tenía el ceño apenas fruncido, esa línea leve entre las cejas que Emma había aprendido a leer como concentración… o distancia.
Ella no levantó la voz.
No cruzó los brazos.
No tomó aire como quien se prepara para una batalla.
Solo se acercó.
—¿Podemos hablar un momento? —dijo.
Alejandro alzó la mirada de inmediato. Cerró el portátil sin que ella se lo pidiera.
—Claro.
Eso también era nuevo.
Antes, habría preguntado ¿pasa algo? con una mezcla de alarma y cuidado.
Ahora simplem