Emma no supo decir en qué momento empezó a notarlo.
No hubo una discusión, ni una palabra fuera de lugar, ni un portazo que marcara un antes y un después. Todo seguía funcionando… y quizá por eso era más inquietante.
Alejandro seguía despertándose temprano. Preparaba café. Dejaba la chaqueta colgada en el mismo sitio. Besaba a la bebé antes de salir y le acariciaba el cabello a Sofía con ese gesto automático que llevaba años siendo suyo.
Pero algo había cambiado.
Era sutil. Tan sutil que Emma dudó durante días si no estaba exagerando, si no era el cansancio acumulado, las noches cortas, el posparto todavía reciente. Se dijo que era normal. Que estaban reconstruyéndose. Que las cosas no volvían a ser iguales de un día para otro.
Aun así, lo sentía.
Alejandro estaba… más lejos.
No ausente de cuerpo, sino de otra forma. Como si estuviera siempre un paso adelante, pensando en algo que no decía. Más cuidadoso con sus palabras. Menos espontáneo. Ya no la abrazaba por detrás mientras ella co