Alejandro no durmió esa noche.
No porque el cuerpo se negara al descanso, sino porque la mente había decidido no concedérselo. Cada vez que cerraba los ojos, la pregunta de Emma regresaba, intacta, sin perder filo:
¿Te quedarías si no te necesitara?
No había respuesta posible que no implicara una pérdida.
Se levantó antes de que amaneciera. La casa estaba en silencio, suspendida en ese momento frágil donde todo parece a salvo porque nadie está despierto para notar las grietas.
Preparó café sin hacer ruido. El mismo gesto de siempre. La misma rutina. Pero algo en su cuerpo ya no obedecía del todo a la costumbre. Cada movimiento parecía cargado de una conciencia incómoda, como si supiera que pronto tendría que elegir qué parte de su vida seguiría repitiéndose… y cuál no.
Se apoyó en la encimera con la taza entre las manos.
No pensó en irse como una huida romántica.
Tampoco en quedarse como un acto heroico.
Por primera vez, entendió que ninguna de las dos opciones era limpia.
Quedarse si