El hospital tenía ese olor inconfundible a desinfectante y madrugada, una mezcla que Emma ya asociaba con miedo. La camilla avanzaba lentamente por el pasillo blanco mientras una enfermera hablaba con voz profesional, demasiado tranquila para lo que ella sentía por dentro.
—Tranquila, Emma. La ruptura de aguas fue leve, pero necesitamos observarte —decía—. El embarazo sigue siendo delicado.
Emma asentía sin fuerzas, con una mano sobre el vientre y la otra apretando la sábana como si pudiera anclarse a algo. Su mente iba demasiado rápido, saltando de una imagen a otra: Sofía durmiendo en casa, Alejandro en otra ciudad, Matteo llamándola por su nombre cuando la encontró pálida, asustada, temblando.
Había llamado a emergencias.
Había llamado a Matteo.
No a Alejandro.
Y esa verdad le pesaba en el pecho como una culpa silenciosa.
La ingresaron a una habitación individual. El monitor comenzó a emitir sonidos constantes, el corazón del bebé marcando un ritmo que, al menos por ahora, era esta