El amanecer llegó lento, tiñendo de oro las cortinas de la habitación. Emma despertó con el corazón acelerado, aún envuelta en la calidez de la noche anterior. Sentía la piel ardiendo de recuerdos, de caricias y de besos que no había imaginado vivir jamás. Por primera vez, en mucho tiempo, no se sintió sola.
Al volverse, encontró a Alejandro todavía dormido a su lado. Su rostro, siempre tan severo, se suavizaba en el descanso. Emma no pudo evitar alargar la mano para rozar suavemente su mejilla. Era real. No era un sueño ni una fantasía infantil.
Se incorporó despacio, tomando aire fresco, y sus ojos cayeron en la carpeta que Alejandro le había entregado la noche anterior. La investigación. Las pruebas. Todo lo que había ocultado por tanto tiempo estaba allí.
Tomó la carpeta y, con manos temblorosas, comenzó a leer.
Había fotografías de documentos legales, cartas de recomendación falsas, registros de adopciones irregulares. Rostros de niños como ella, con los ojos apagados, aparecían