Capítulo 18

Emma abrió los ojos con la sensación extraña de que el aire olía distinto. Una fragancia suave a flores recién cortadas se colaba por la rendija de la puerta. Se incorporó lentamente en la cama y, para su sorpresa, encontró un pequeño ramo de lirios blancos sobre la mesita de noche. No había nota, pero no hacía falta: solo una persona en esa casa conocía su gusto por esas flores, y era Daniel.

Sonrió con ternura y acarició los pétalos, aún húmedos por el rocío de la mañana. Dieciocho años. La cifra le sonaba irreal. Había pasado tanto tiempo esperando llegar a ese día que, cuando por fin llegó, casi le parecía un sueño.

En el orfanato, los cumpleaños eran solo una fecha más, ignorada por las monjas y burlada por los niños mayores. Nunca había tenido una torta, un regalo, ni mucho menos una celebración. Pero ese día, algo dentro de ella presagiaba que sería distinto.

Cuando bajó al comedor, encontró la mesa cubierta con un mantel blanco impecable y adornada con flores del jardín. Danie
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