Capítulo 15

El día amaneció gris y húmedo, y el olor a lluvia reciente se colaba por las rendijas de las ventanas del castillo. Emma caminaba por el pasillo principal, sosteniendo una pila de toallas limpias para la habitación de Daniel, cuando escuchó voces procedentes de la cocina.

No tenía intención de escuchar, pero algo en el tono de los sirvientes la detuvo.

—Dicen que la hermana de Alejandro no murió de forma natural… —susurró una de las mujeres, mientras removía una olla.

—Shhh, baja la voz. —La otra la miró nerviosa—. No sabemos quién puede estar escuchando.

—Yo solo digo lo que oí. Al parecer, todo pasó después de que visitara cierto lugar… un orfanato de mala fama.

—¿El de La Trinidad?

—Ese mismo. Y, por lo que cuentan, había gente poderosa involucrada.

Emma sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. No necesitaba que dijeran más: ese nombre era una sombra que siempre la seguía. Se obligó a seguir su camino antes de que notaran su presencia, pero las palabras quedaron grabadas como fuego en su mente.

Pasaron un par de días. La rutina en el castillo parecía tranquila, pero Emma sentía un peso extraño en el ambiente, como si Alejandro llevara algo dentro que no decía. Esa tarde, él la buscó para que preparara el uniforme escolar de Daniel.

Emma acababa de salir del baño, envuelta en una toalla grande y con el cabello aún húmedo, cuando la puerta se abrió sin previo aviso.

—Necesito que… —Alejandro se detuvo en seco.

El aire pareció espesar entre ambos. Sus ojos se habían clavado en la piel de Emma, marcada por cicatrices irregulares que cruzaban su espalda y brazos, algunas antiguas, otras más recientes. No eran heridas superficiales: hablaban de dolor, de resistencia y de una historia que pocos podrían soportar.

Emma se tensó, sosteniendo la toalla con fuerza.

—No mire así… —murmuró, girándose apenas para cubrirse más.

Alejandro no dijo nada al principio. Se limitó a cerrar la puerta lentamente, como si temiera que un ruido brusco rompiera algo más que el momento.

—¿Quién te hizo eso? —preguntó al fin, su voz grave y baja.

Emma tragó saliva. No quería contarlo, pero había algo en la forma en que él la miraba… no era lástima, ni curiosidad morbosa. Era una mezcla de enojo y una extraña necesidad de entenderla.

—En el orfanato… —dijo al fin, evitando su mirada—. No era solo el hambre o el frío. Había castigos, encierros… y personas que creían que podían hacer lo que quisieran con nosotros. Yo… aprendí a no llorar. Aprendí a proteger a otros, aunque eso me costara más golpes.

Se hizo un silencio denso, roto solo por el golpeteo lejano de la lluvia en las ventanas.

—¿Y Nora? —preguntó Alejandro, como si recordara un nombre que ella había mencionado antes.

Emma asintió, apretando los labios.

—Ella sigue ahí. Es mi amiga… mi hermana de corazón. No puedo olvidarla. Un día voy a volver por ella.

Alejandro apoyó una mano en el marco de la puerta, su sombra cubriéndola casi por completo. Respiró hondo antes de hablar.

—Mi hermana… la madre de Daniel… murió después de visitar ese lugar. Fue oficialmente un accidente, pero yo sé que no lo fue. Había empezado a investigar… y entonces todo pasó.

Emma lo miró sorprendida. Sus historias parecían piezas de un mismo rompecabezas que, de pronto, encajaban.

—Entonces… —susurró—, lo que me hicieron… y lo que le pasó a ella… ¿podrían estar conectados?

—Sí. Y si lo están, alguien muy poderoso lo permitió —respondió Alejandro con frialdad—. Y quiero saber quién.

Por un momento, ninguno apartó la vista. Entre ellos había dolor, rabia, pero también algo más: la certeza de que, a pesar de todo, empezaban a entenderse en lo más profundo.

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