El día amaneció gris y húmedo, y el olor a lluvia reciente se colaba por las rendijas de las ventanas del castillo. Emma caminaba por el pasillo principal, sosteniendo una pila de toallas limpias para la habitación de Daniel, cuando escuchó voces procedentes de la cocina.
No tenía intención de escuchar, pero algo en el tono de los sirvientes la detuvo.
—Dicen que la hermana de Alejandro no murió de forma natural… —susurró una de las mujeres, mientras removía una olla.
—Shhh, baja la voz. —La otra la miró nerviosa—. No sabemos quién puede estar escuchando.
—Yo solo digo lo que oí. Al parecer, todo pasó después de que visitara cierto lugar… un orfanato de mala fama.
—¿El de La Trinidad?
—Ese mismo. Y, por lo que cuentan, había gente poderosa involucrada.
Emma sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. No necesitaba que dijeran más: ese nombre era una sombra que siempre la seguía. Se obligó a seguir su camino antes de que notaran su presencia, pero las palabras quedaron grabadas co