El amanecer no trajo calma, sino una sensación de resaca emocional. La casa estaba en silencio, pero no en paz. Lucía preparaba café sin probarlo, Alejandro revisaba mensajes en el teléfono con expresión grave y Emma caminaba de un lado a otro, incapaz de sentarse.
Daniel aún dormía, exhausto después de la noche anterior. Emma lo había dejado descansar, pero cada tanto subía a verlo, como si temiera que al apartar la vista por un segundo él desapareciera otra vez.
Lucía rompió el silencio:
—No podemos seguir así. Anoche casi lo perdemos, y todo porque nadie vio lo que sentía.
Emma se detuvo junto a la ventana.
—No fue solo culpa de nadie —dijo con voz baja—. Daniel está confundido. Todo cambió demasiado rápido para él.
—Lo sé —contestó Lucía, pero había cansancio en su tono—. Solo quiero que vuelva a confiar en nosotros.
Alejandro levantó la mirada del teléfono.
—Y lo hará, pero debemos darle estabilidad. Este lugar se ha convertido en un campo de batalla constante.
Emma lo miró, tens