Capítulo 150

Las voces se mezclaban en el comedor como una sinfonía suave: cucharas golpeando los platos, la risa de Nora, el murmullo sereno de Lucía dándole indicaciones a los demás chicos. Solo Daniel parecía fuera de tono. No reía. No hablaba. Jugaba con un trozo de pan entre los dedos, desmenuzándolo en silencio.

Emma lo observaba desde el extremo de la mesa. La expresión del niño era distinta, ensombrecida, como si algo se hubiera apagado en él. Cuando intentó sonreírle, Daniel bajó la mirada y se concentró en el plato vacío.

—¿No te gusta el desayuno? —preguntó Lucía con amabilidad.

—Estoy bien —respondió él sin convicción.

Alejandro levantó la vista del periódico.

—Eso no parece “estar bien”.

Daniel se encogió de hombros.

—No tengo hambre.

El silencio que siguió fue incómodo. Nora, ajena a la tensión, balanceaba las piernas bajo la mesa, murmurando una canción que solo ella conocía.

Emma sintió el peso del momento y se levantó.

—Ven, acompáñame al jardín un segundo —dijo, sonriendo con sua
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