El mensaje de Salvatierra quedó suspendido en la cabina como humo: “El juego terminó. Los tengo localizados. Disfruten su última noche.” Nadie respiró durante varios segundos. Emma sintió cómo el frío le trepaba por la espalda y, sin embargo, apretó más la mano de Alejandro, como si con ese gesto pudiera conjurar una coraza invisible alrededor de ambos.
—Desconecten todo —dijo Alejandro al fin, grave—. Teléfonos, relojes, cualquier cosa con señal. Ya.
Mateo reaccionó primero: apagó su móvil, lo desarmó con dos movimientos y lo dejó en el piso. Alejandro hizo lo propio. Clara, todavía frágil, se quitó el reloj inteligente y lo entregó sin decir palabra. Isabela tardó un segundo más, como si calculase los posibles efectos de obedecer, pero finalmente sacó de su chaqueta un pequeño dispositivo negro que no era un teléfono, sino un emisor del tamaño de una caja de fósforos.
—Esto también transmite —admitió, evitando las miradas—. Lo activé cuando aún no sabía de qué lado iba a estar. Lo a