LIAM
Miro la pantalla de mi teléfono por quinta vez en una hora.
Nada.
No hay un mensaje. No hay una llamada.
Solo este vacío.
Y su silencio.
Recuerdo su partida esta mañana. Sus gestos demasiado lentos. Ese beso abortado. Su mirada que no me ve realmente. Debería haberla detenido. Agarrarla por la muñeca, retenerla contra mí. Pero respeto su espacio. Porque la amo.
Y tal vez también porque soy un imbécil.
Marco su número de nuevo. Un tono. Dos. Tres. Buzón de voz.
— Hola, has llegado al buzón de voz de Nerya...
Cuelgo antes de que termine. Conozco su voz de memoria. Pero ahora, me dan ganas de gritar.
Algo no va bien.
Lo siento en mis entrañas.
Intento razonarme. Ella necesita reflexionar. Siempre me ha dicho que a veces debe desaparecer para poner orden en sus pensamientos. La conocí así. Solitaria. Independiente. Pero nunca tan ausente.
No así.
No sin una palabra.
La llamo de nuevo. Mediodía. Dos de la tarde. Tres y media.
Todavía nada.
Mi corazón late fuerte. Me levanto. Camino en