KAEL
La siento. Se ha despertado. Y sabe.
El glifo se ancla, vibrante y ardiente entre mis omóplatos. Su grito silencioso atraviesa el espacio como una hoja afilada. Mi cuerpo reacciona antes de que mi pensamiento intervenga.
– Me levanto. Lentamente. Como si saliera de un sueño demasiado real.
La ceniza vuela aún a mi alrededor. El campamento está en ruinas. El fuego está apagado, pero otra llama crece en mí.
– Nerya.
El nombre me rasga la garganta.
– No debería. No debería más. Pero no me importa. Ella está aquí. Y ya no estoy solo.
Cierro los ojos un momento.
Veo su rostro en la oscuridad del sueño. Su expresión aterrorizada, furiosa, magnífica. Su piel, cubierta de sudor y miedo. Su respiración entrecortada, su corazón desbocado, su cuerpo ofrecido sin querer.
Intentó escapar de mí. Se rebeló. Y la marqué.
No pedí. No supliqué. La tomé. La uní. Y ahora... Ella recuerda, murmuro.
El murmullo raspa mi garganta como una risa que no he podido emitir en siglos.
Cruzo la llanura a pie.