LIAM
El sol se oculta detrás de las hojas, dejando que la casa se sumerja en una penumbra fría, casi irreal. La luz azulada se vuelve escasa, el crepúsculo se desliza lentamente, arrastrando su velo de duda sobre cada rama, cada piedra.
Permanezco inmóvil en los escalones, las manos temblorosas, como si el más mínimo impulso pudiera romper un equilibrio frágil, una verdad aún demasiado pesada para llevar. Mi corazón arde en mi pecho, late tan fuerte que temo que explote, que rasgue mi caja torácica, que grite finalmente ese silencio ensordecedor que me corroe.
No me atrevo a moverme. Ni a respirar. No soy más que una espera tensa al extremo, suspendida de un hilo tan fino que podría romperse en cualquier momento.
Cada aliento que pasa se convierte en un suplicio. El viento levanta suavemente las hojas muertas, como un soplo de esperanza o de amenaza. Estoy aquí, frente a esta casa, frente a esta mujer, frente a este misterio.
He intentado llamarla una vez, diez veces, cien veces. He d