KAEL
Despierto de un salto.
El sudor recorre mi espalda. Mi respiración es corta, entrecortada. Mi corazón late tan fuerte que hace temblar mis costillas. La habitación está oscura, pero no necesito luz.
Mis ojos aún ven.
Demasiado.
Aún la veo a ella.
Su mirada, desgarrada por el miedo y el reconocimiento. Su piel desnuda bajo mis dedos. El grito silencioso de su alma. El temblor de sus rodillas cuando se desplomó ante mí. Como si cada latido de su corazón llamara al mío.
Y su susurro. Mi nombre. Pronunciado como una oración que se intenta ahogar.
Nerya.
Paso una mano por mi rostro, pero nada borra la huella. Nada calma la fiebre. Ni siquiera la quemadura bajo mi palma. Mi frente está helada, mis sienes laten como tambores de guerra.
Y en mi nuca, donde nadie se ha atrevido a posarse, algo palpita.
Vivo. Consciente.
El vínculo.
Me levanto bruscamente. Las sábanas caen. El frío de la piedra muerde mis pies, pero no me hace estremecer. Estoy acostumbrado a la mordida.
Lo que no soporto