NERYA
La noche ha caído sin previo aviso.
No lentamente, no con ternura. Se ha deslizado sobre el mundo como una losa, pesada y absoluta, borrando el ruido, el aliento, el resto.
Y con ella, este extraño silencio.
Demasiado denso. Demasiado lleno. Demasiado… presente.
Estoy en mi cama. Pero nada reposa.
Mis sábanas se adhieren a mi piel como cadenas húmedas. Mi aliento es corto. Mi corazón es una bestia encerrada, golpeando contra las paredes de mi caja torácica. He dejado las cortinas abiertas. Por costumbre. O tal vez para dejar pasar la luz.
La luna se desliza suavemente sobre el parquet.
Fría. Espectral. Casi cruel.
Me doy la vuelta. Una vez más. Y otra. Pero nada funciona.
Algo aprieta mi pecho.
No es un dolor.
No es un miedo.
Es una ausencia.
Pero no la mía.
Algo en mí le falta a alguien más. Y lo siento. Como una mano invisible que acaricia mi nuca, que busca llamarme a través del vacío.
Cierro los ojos.
Y caigo.
No en el sueño.
En él.
El mundo a mi alrededor se desintegra.
La