Salida de la oficina
No esperaba verlo.
No allí. No ahora. No así.
Apoyado en mi coche, con los brazos cruzados, mirada oscura. Una presencia cruda, inalterada. Calmado en apariencia, pero su silencio grita. No se mueve. Me espera. Sabe que vendré.
Me detengo a unos pasos. El aire está saturado. De electricidad. De tensión. De deseos reprimidos durante demasiado tiempo.
— ¿Qué haces aquí, Liam?
Mi voz es serena. Mi rostro impasible. Pero dentro de mí, todo tambalea. Mi corazón golpea como un tambor de guerra. Mi piel se tensa como un arco.
Él me examina. No con dureza. Con… una intensidad grave. Una sed de verdad.
— Sabes muy bien por qué estoy aquí.
Me quedo en silencio.
Porque sí. Lo sé.
Él se endereza. Avanza. Lentamente. Cada paso es un latido. Una amenaza suave. Una promesa.
— Debemos hablar, dice.
— No aquí.
— No. No aquí.
Abre la puerta del pasajero de su coche, como si todo estuviera ya escrito. Previsto. Irrevocable.
Me quedo paralizada. Una parte de mí grita que no ceda. La