Nerya
No sé en qué momento dejé de luchar.
Quizás cuando su mano se posó sobre mi vientre, caliente, lenta, como si quisiera enseñarme a respirar de otra manera.
O quizás antes. Cuando nuestros labios se reconocieron. Cuando nuestros silencios se besaron.
Estoy acostada contra él. Desnuda bajo su camisa, sus brazos alrededor de mí, y el mundo ha desaparecido. No hay más torre. No hay más estrategia. No hay más miedo.
Solo él.
Liam.
Su olor. Su aliento. Su piel. Esa mezcla de fuerza bruta y de contención dolorosa. Su corazón late contra mi sien, potente, irregular. Como si algo en él se estuviera desmoronando lentamente. Como si él también finalmente dejara de luchar.
Me mira como se mira a una estrella moribunda: con la certeza de la pérdida, pero el asombro absoluto del instante.
Sus dedos deslizan lentamente a lo largo de mi muslo. Suben, rozan, despiertan. No me presiona. Me escucha. Escucha mi cuerpo, mis suspiros, mis escalofríos.
Nunca me he sentido tan vista. No solo observada.