Isabella
Nunca he sido buena con las flores.
Demasiado frágiles. Demasiado efímeras. Demasiado parecidas a las promesas que me hicieron desde niña: bonitas, delicadas, y destinadas a marchitarse.
Pero aquí estoy. Con un ramo de rosas blancas en la mano y una sonrisa que no me llega a los ojos, recibiendo a mujeres que han enterrado a sus maridos por negocios que yo ahora debo sostener con las uñas.
Viudas.
Algunas con luto fresco. Otras, con joyas nuevas y amantes más jóvenes esperando en sus autos blindados.
La élite femenina del mundo