Isabella
El sótano de la villa Moretti nunca me había parecido tan opresivo como esta noche. Las paredes de piedra centenaria, testigos silenciosos de generaciones de secretos familiares, parecían respirar al compás de las velas que iluminaban la estancia con su luz temblorosa. El aire olía a cera derretida, a incienso y a algo más primitivo que no podía nombrar.
Sangre. Tradición. Poder.
Los doce capos más antiguos de la familia formaban un círculo perfecto a mi alrededor. Sus rostros curtidos por el tiempo y el crimen permanecían impasibles, pero sus ojos —esos ojos que habían visto demasiado— me estudiaban con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Eran los mismos hombres que habían servido a mi padre, los mismos que habían dudado de mí desde el principio.
Salvatore, el más anciano de todos, dio un paso al frente. Su traje negro impecable contrastaba con su cabello blanco como la nieve.
—Isabella Moretti —pronunció mi nombre como si fuera una invocación—. Hija de Antonio Moretti.