Acarició su rostro con lentitud, sintiendo el calor latente bajo la piel, luego sus labios, y finalmente su pecho, donde un latido profundo e irregular se agitaba.
Su piel ardía con una vida que hacía mucho no experimentaba, una sensación que mezclaba placer con culpa, como si estuviera acariciando el borde de un abismo vestido de seda.
Una lágrima tembló en la comisura de sus ojos, no por tristeza, sino por la intensidad de lo que se desataba dentro de ella, la lucha entre lo que era y lo que deseaba ser.
—¿Y si tomo solo una más...? —se preguntó.
Pero una voz interior la detuvo, cerró los ojos, soltó un grito silencioso y se abrazó con fuerza.
—¡No! ¡Él no es una fuente! ¡Él es el hombre que amo! ¡No puedo cruzar esa línea otra vez!
Esa noche, Jacob no mencionó el mareo.
Pero su mirada era distinta, observaba a Valery con más atención, con más preguntas.
Ella lo notó, lo sintió y también comprendió que algo entre ellos había comenzado a cambiar.
—Esto no puede continuar... debo dete