No fue el regreso a la ciudad lo que quebró la magia, sino la manera silenciosa en la que el mundo retomó su ritmo habitual, como si nada extraordinario hubiera ocurrido.
Las luces de los semáforos parpadeaban con la misma indiferencia de siempre, los peatones cruzaban apresurados sin reparar en ellos, y el murmullo cotidiano de Vancouver se filtraba por las rendijas del auto, disipando poco a poco los ecos del paraíso que habían compartido, sin embargo, entre ellos, persistía una chispa nueva, una corriente cálida que se mantenía encendida incluso frente al concreto de la ciudad.
Venían de una escapada mágica, de un compromiso sellado en lo alto de un mirador, y aunque la vida cotidiana intentaba envolverlos con su rutina, ambos llevaban en el pecho una certeza diferente, algo había cambiado para siempre.
Incluso el regreso a la tienda, al bullicio de lo conocido, tendría ahora un matiz distinto.
Tras los días de montes, ternura y anillos escondidos, Jacob y Valery volvieron a la rut