Hogar, dulce hogar.
Recorrieron la propiedad en calma, como si quisieran memorizar cada rincón.
Para Jacob, cada habitación despertaba una sensación distinta, la sala le evocaba reuniones familiares que nunca tuvo, y la cocina le recordaba el olor del pan recién horneado de su infancia.
Para Valery, en cambio, era más complejo.
Mientras caminaba por los pasillos, sentía que cada paso era una declaración contra siglos de desapego, se detuvo frente a una ventana donde la luz caía justo sobre el suelo, como una invitación divina, y cerró los ojos por un instante.
"Aquí... aquí podría nacer algo que no tenga que morir", pensó.
Fue entonces cuando supo que, más allá de los muros y la fachada, esa casa tenía el poder de hacerla sentir humana otra vez… La arquitectura era sobria pero moderna, la cocina tenía encimeras de mármol blanco y estantes empotrados de roble, la sala era amplia, con una chimenea de piedra natural, vigas de madera en el techo y ventanales que daban a un jardín que parecía sacado de un cue