—Te venderé y te comprometeré, Valena. Cuando cumplas dieciocho años —sonrió, como si fuera una broma que solo él comprendiera—. Ya tengo a tu candidato. Es mayor que tú, sí… pero me dará todo lo que deseo. —¡Soy tu hermana! —sollozó Valena, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Cómo puedes hacerme esto? —Simplemente lo haré —respondió, indiferente. —¡No quiero, Rend! —exclamó, negando con desesperación. —Así es la vida. Ese hombre necesita una reina, una virgen que le dé herederos. Y tú me darás un ejército y oro a cambio —afirmó sin emoción. —¡Rendly, por favor, no! —gritó, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas sonrojadas. Él rió, una carcajada fría, de dientes apretados. —Entonces reza para que no vuelvas a sangrar y que nunca cumplas dieciocho. ~°~ Valena Brathen tenía tan solo dieciocho años cuando su hermano Rendly Brathen la vendió y comprometió virgen al rey Tommend Steen. Un hombre cruel y déspota quien asesinaba a sus esposas por no darle hijos. La única intención que Rendly tenía para vender a su única hermana, era que a cambio de ella, Tommend le daría un ejército y mucho oro. Pero la mala suerte de Vale, no acaba, y todo en su vida cambia cuando otro rey llamado Demon un cambiaformas, enemigo de Tommend y también de Rendly, por venganza la secuestra. ¿Logrará vivir Vale en manos del cruel rey Demon Wronblod? ¿Terminará allí su lucha por reinar y tomar lo que por ley le pertenece o simplemente morirá a causa de la venganza?
Leer másValena
El verano parecía eterno en Isla Zafiro. Aunque oficialmente había terminado, el calor persistía como una presencia constante. El aire era espeso, húmedo, cargado de vapor, pero Valena ya se había acostumbrado a esa sofocante rutina. A veces pasaba horas sumergida en la gran tina de mármol de su baño, buscando que su cuerpo encontrara alivio en el agua fresca. Esa tarde, estaba de pie junto al balcón de su habitación, contemplando las olas del mar mecerse suavemente bajo un cielo teñido por el atardecer. Las gaviotas volaban y graznaban a lo lejos, y el sol descendía lentamente hasta fundirse con el horizonte. Su largo cabello rojizo se agitaba con la brisa marina mientras, detrás de ella, la voz de su hermano resonaba con fuerza. Valena Brathen era hermosa. De una belleza que rozaba lo irreal. Era idéntica a su madre: piel blanca como el papel, ojos encendidos como brasas, mejillas que se sonrojaban sin razón aparente, labios gruesos de tono coral, nariz fina, pestañas largas y oscuras. Su rostro tenía la inocencia de un ángel y la forma de su cuerpo ya había alcanzado su plenitud. Curvas delicadas pero pronunciadas, silueta delgada y grácil. Era el tipo de mujer que atraía miradas sin proponérselo, mezcla de sensualidad innata e ingenuidad manifiesta. —El rey Brook cree que los Brathen estamos muertos —decía Rendly, caminando de un lado a otro en la habitación. Sus botas resonaban sobre el suelo de piedra—. Cree que nuestro linaje se extinguió. Valena apenas lo escuchaba. Ya había oído ese discurso muchas veces, y cada palabra repetida le pesaba más que la anterior. Su hermano hablaba con obsesión, siempre con el mismo tema: el trono perdido. Rendly Brathen era alto, delgado, con el mismo cabello rojizo que su hermana, peinado hacia atrás, aunque algunos mechones caían desordenadamente sobre su frente. Sus ojos grises, fríos e implacables, contrastaban con su juventud. Llevaba puesto un traje de cuero desgastado, marrón oscuro, y una espada colgaba de su cinturón con familiaridad peligrosa. —Mataron a los leones —continuó con voz solemne—, pero los cachorros sobrevivieron. Y yo... les quitaré el trono que nos pertenece, hermanita. Se detuvo frente a Valena. Ella tragó con suavidad, bajó la mirada un instante y luego se atrevió a preguntarle: —¿Cómo lo harás? Rendly levantó la mano y le sostuvo el mentón, obligándola a mirarlo a los ojos. —Usándote a ti —respondió sin titubeos. Valena frunció el ceño. —¿Qué quieres decir? Él bajó la mano con lentitud, pero su tono siguió siendo glacial. —Te venderé y te comprometeré, Valena. Cuando cumplas dieciocho años —sonrió, como si fuera una broma que solo él comprendiera—. Ya tengo a tu candidato. Es mayor que tú, sí… pero me dará todo lo que deseo. —¡Soy tu hermana! —sollozó Valena, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Cómo puedes hacerme esto? —Simplemente lo haré —respondió, indiferente. —¡No quiero, Rend! —exclamó, negando con desesperación. —Así es la vida. Ese hombre necesita una reina, una virgen que le dé herederos. Y tú me darás un ejército y oro a cambio —afirmó sin emoción. —¡Rendly, por favor, no! —gritó, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas sonrojadas. Él rió, una carcajada fría, de dientes apretados. —Entonces reza para que no vuelvas a sangrar y que nunca cumplas dieciocho. Valena sollozó, mirando los ojos grises de su hermano. —Ya eres una mujer, Vale. Y ese es el destino de todas. Dar hijos. Nada más importa. Ve a ducharte, ya es tarde. Cenaremos pronto. Sin decir una palabra más, Rendly salió de la habitación, cerrando la puerta de madera tras de sí. Valena volvió su mirada al mar, justo a tiempo para ver cómo el sol se hundía en el agua. Las lágrimas seguían cayendo. Conocía los planes de su hermano para recuperar el reino de su padre, pero jamás imaginó que su rol en esa ambición sería tan cruel. Y sin embargo, lo creía. Rendly era su hermano, pero también era despiadado y autoritario. Recordaba con amargura el día que supo que él había matado a la mujer que los crió. Valena la había amado profundamente, pero Rendly justificó su crimen acusándola de traición. Para él, todo era un medio para alcanzar un fin. Con el alma hecha pedazos, Valena salió de su habitación. Caminó por los pasillos de piedra iluminados por candelabros cuyos fuegos danzaban sobre las paredes. Se dirigió al baño, donde su dama de compañía la esperaba con la tina ya llena de agua fresca. Wylla, una joven de veinte años, de piel clara y ojos color café, estaba de pie junto a la tina. Su largo cabello negro azabache caía sobre un vestido de lino marrón. Al verla, sonrió con dulzura. —Princesa, ya está todo listo —anunció. —Gracias, Wylla —respondió Valena con una sonrisa triste. —¿Está bien? —preguntó la doncella con preocupación. Sabía que los ojos enrojecidos de la joven no eran producto del calor. Valena no respondió. En cambio, rompió en llanto y corrió a abrazarla. —Mi hermano quiere venderme, Wylla —susurró entre sollozos. La doncella, paralizada por la confesión, sintió el cuerpo de Valena temblar contra el suyo. —¿Qué…? —susurró, sin poder creerlo. Valena se apartó y la miró fijamente, con los ojos llenos de desesperación. —¡Por favor, no dejes que lo haga! —rogó, mientras se limpiaba el rostro con la manga. —Sabes que él no me escuchará —murmuró Wylla, apenada. —No quiero irme. No quiero estar con ese hombre. Sé lo que hará… tocará mi cuerpo, me obligará a tener hijos… Wylla la escuchaba en silencio, viendo cómo el miedo y la tristeza se reflejaban en cada lágrima que caía por el rostro de Valena. Entonces, la joven la sujetó por los hombros, suplicante. —Ayúdame a escapar… por favor —pidió en voz baja—. Quiero escapar. Pero Wylla retrocedió de inmediato, horrorizada por la idea —No puedo, princesa. Su hermano me mataría… —Por favor —insistió Valena, entre lágrimas. —Lo lamento —dijo la joven, y sin añadir una palabra más, salió del baño con pasos apresurados. Valena cayó de rodillas en el suelo de piedra. Sollozando con fuerza, se abrazó a sí misma, meciéndose hacia adelante y atrás. Rezaba, rogando a los dioses que, si ese era su destino, la matara antes de que se cumpliera. No quería ser vendida. No quería ser tocada ni violada por un hombre desconocido. Y así, entre lágrimas y miedo, se quedó dormida, acurrucada en el suelo frío del baño.ValenaValena sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y su cuerpo se erizó por completo. Tragó con dificultad sin apartar la mirada de aquel hombre.—¿Por qué ninguna pudo darle un hijo? —preguntó en voz baja, casi temblorosa.—Así es. Así que, niña... procura que ocurra un milagro cuando te cases. Porque si no, te espera el mismo destino —respondió Ser Wallt, mirándola con una expresión sombría—. También te matará. Y no será piadoso. Te quemarán viva.Valena giró lentamente la cabeza hacia su hermano. Esperaba algún gesto, alguna señal de preocupación. Pero Rendly parecía ajeno a las palabras del caballero. Comía tranquilamente su pescado, como si no hubiese escuchado nada. Al notar su mirada, levantó los ojos hacia ella.—Come —le dijo señalando su plato intacto con el tenedor—. Probablemente ya se enfrió.Tomó un trago de vino sin más.Valena sintió un nudo en el estómago. Apenas podía contener las náuseas. Durante toda la cena, no tocó su comida. Solo la miraba y la revolvía c
ValenaValena observaba el mar azul desde la ventana, donde un barco gigantesco se preparaba para zarpar en unas horas. Llevaba un vestido largo de color azul claro, con mangas cortas. Su cabello rojizo caía suelto, adornado con dos trenzas que se entrelazaban en la parte posterior de su cabeza.—Princesa, ya es hora de irnos —dijo Wylla, de pie tras ella.Valena se giró con suavidad, la miró y asintió en silencio.Una vez fuera del castillo, los hombres ya esperaban montados sobre sus caballos. Su hermano Rendly ya estaba en el suyo, sosteniendo las riendas de otro.—Es hora de irnos —anunció él—. Así que sube.—No sé montar a caballo, Rend —respondió ella, tomándolo de las manos con expresión nerviosa.—Solo haz lo que te voy a explicar y estará bien, Vale.Ella asintió, escuchó atentamente las indicaciones de su hermano y logró subir al caballo castaño. El animal comenzó a moverse, y Valena se limitó a mirar alrededor mientras el castillo donde había pasado gran parte de su vida se
Valena—Trata el vestido con cuidado —le dijo su hermano antes de salir de la habitación.Valena se alejó del espejo y se acercó a la cama para quitarse el vestido nuevo y ponerse el que estaba tendido. Se lo colocó lentamente, como si cualquier movimiento súbito pudiera romperla, y luego se dirigió hacia la puerta. Al salir de la habitación, sólo se oían los pasos suaves de Wylla detrás de ella. Bajó las escaleras de piedra con la vista al frente, en dirección al comedor principal del castillo.Al llegar, notó que el lugar estaba oscuro. Sólo una ventana permanecía entreabierta, pero la escasa luz del sol no era suficiente para iluminar aquel comedor frío y silencioso. Se detuvo frente a la larga mesa de madera, coronada por un candelabro con velas encendidas. Sobre la mesa había un festín: cordero, vegetales, frutas frescas y jugo de uvas.Sin decir palabra, Valena tomó asiento en la gran silla. Tomó el cuchillo y el tenedor con ambas manos y comenzó a comer. Tenía hambre. Devoró la
ValeA la mañana siguiente, Rendly ingresó a la habitación de su hermana sin tocar. Valena seguía acostada en la cama, hecha un ovillo. Las sábanas sucias, empapadas de sangre, estaban arrumbadas en un rincón del suelo. Su cuerpo permanecía inmóvil, sucio, exhausto. Tenía la mirada perdida, fija en un punto lejano. Sus muslos seguían manchados, y aún llevaba puesta la bata ensangrentada del día anterior. No se dignó a mirar a su hermano cuando él se plantó frente a ella.—Levántate —ordenó Rendly con voz seca—. Debes asearte y comer. Tienes que mantenerte en buen estado. Ya he enviado un cuervo para anunciar que vengan por ti.Valena alzó lentamente los ojos hacia él. En el brazo izquierdo de su hermano colgaba un vestido azul rey. No dijo nada. Solo lo miró desde donde estaba, sin moverse.—Dentro de unos días, llegará la respuesta —continuó él, desplegando el vestido ante sus ojos—. Vendrán por ti en un mes, hermanita. Mira bien —le sonrió con esa expresión cruel y burlona que ella
ValenaA la mañana siguiente, Valena abrió los ojos con lentitud. Se encontraba acostada sobre su cómoda cama, rodeada por la suave luz del amanecer. Las cortinas blancas del balcón ondeaban suavemente, movidas por la brisa fresca que entraba desde el mar. El día había comenzado, y con él llegaba una fecha que ella temía más que ninguna otra: el doce del mes doce.Era su cumpleaños número dieciocho.Se incorporó con ayuda de las manos, aún algo aturdida por el sueño, pero de inmediato sintió una punzada en el bajo vientre. Un malestar familiar. Un momento después, notó la sensación tibia y húmeda entre sus piernas. Bajó la mirada, y allí estaba… la confirmación que más temía.Sangre.Otra vez.Su bata de lino estaba manchada, y las sábanas mostraban las huellas de su ciclo. Sintió náuseas. Odiaba aquello. No solo por el dolor o la incomodidad, sino por lo que representaba. Su cuerpo acababa de recordarle que ya era una mujer fértil. Y eso, para Rendly, lo cambiaba todo. Para él, su sa
ValenaEl verano parecía eterno en Isla Zafiro. Aunque oficialmente había terminado, el calor persistía como una presencia constante. El aire era espeso, húmedo, cargado de vapor, pero Valena ya se había acostumbrado a esa sofocante rutina. A veces pasaba horas sumergida en la gran tina de mármol de su baño, buscando que su cuerpo encontrara alivio en el agua fresca.Esa tarde, estaba de pie junto al balcón de su habitación, contemplando las olas del mar mecerse suavemente bajo un cielo teñido por el atardecer. Las gaviotas volaban y graznaban a lo lejos, y el sol descendía lentamente hasta fundirse con el horizonte. Su largo cabello rojizo se agitaba con la brisa marina mientras, detrás de ella, la voz de su hermano resonaba con fuerza.Valena Brathen era hermosa. De una belleza que rozaba lo irreal. Era idéntica a su madre: piel blanca como el papel, ojos encendidos como brasas, mejillas que se sonrojaban sin razón aparente, labios gruesos de tono coral, nariz fina, pestañas largas
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