El día que casi nos besamos

La puerta del apartamento se abrió con un leve chirrido, como si el lugar mismo respirara al recibirlo.

Jacob cruzó el umbral con una mezcla de expectación y ansiedad.

"¿Y si ella no siente lo mismo? ¿Y si todo esto es una ilusión?", pensó mientras su pecho se tensaba con cada paso.

No era solo una cita, era la posibilidad de que algo imposible se hiciera real, de que esa mujer enigmática significara más de lo que su mente racional podía explicar.

Valery lo esperaba allí, de pie en la penumbra, con sus ojos clavados en él como si pudieran leer cada rincón de su alma.

Eran de un marrón, con destellos que parecían cambiar de intensidad bajo la luz tenue, como si ocultaran un cielo tormentoso atrapado en un frasco de cristal.

Su expresión era serena, pero intensa, cargada de una emoción contenida que oscilaba entre la nostalgia y la expectativa, como si esa noche marcara el inicio de algo que llevaba siglos esperando, envuelta en una blusa negra de lino que delineaba con delicadeza su figura, y una falda larga que rozaba sus tobillos con cada leve movimiento.

Su sonrisa era tenue, como si escondiera más de lo que revelaba, pero en sus ojos danzaba una chispa viva, un fuego contenido que parecía latir solo para él.

—Llegaste —dijo, con una voz suave que parecía arrastrar ecos de otra época.

Con un gesto fluido y discreto, tiró de una cortina que cubría un gran espejo antiguo. Lo hizo sin mirarlo directamente, como si aquel reflejo oculto fuera un secreto que prefería mantener intacto y oculto a cualquier precio.

Jacob no notó el detalle. Sus ojos recorrían el lugar con la fascinación de quien se adentra en un territorio desconocido aun cuando ya había estado allí.

Había algo en el ambiente que lo descolocaba, una mezcla de calidez y extrañeza, el apartamento estaba casi en penumbra, y aunque algunas velas dispersas emitían luz cálida, reinaba una oscuridad deliberada, casi teatral, como si cada sombra formara parte de una coreografía secreta.

—¿Siempre te gusta la casa tan oscura? —preguntó con media sonrisa, buscando con esa frase disipar el peso del ambiente.

Valery se encogió de hombros con naturalidad y se acercó a una de las ventanas del fondo. La abrió apenas, lo suficiente para dejar entrar la tenue claridad del atardecer, que se filtró como un suspiro cálido, pintando la habitación con tonos dorados y violetas.

—La oscuridad me calma —murmuró—. La encuentro... acogedora.

Se volvieron a mirar. Luego, ella encendió una lámpara de luz ámbar sobre una mesita junto al sillón. La luz bañó su rostro, revelando matices que el crepúsculo había disimulado. Ambos se sentaron, frente a frente.

—Sé que dijiste que me buscarías… pero no pude esperar —dijo Jacob, alzando la vista hacia Valery—. Algo en mí me pedía verte. No podía dejar pasar otro día sin saber si esto… era real.

Ella no respondió enseguida. Sonrió con una dulzura que él no le había visto muy seguido y, sin pensarlo demasiado, le acarició el rostro con el dorso de la mano.

Su piel era fría como mármol, pero su gesto contenía una ternura inesperada, un dejo de vulnerabilidad que contrastaba con su usual compostura.

El silencio entre ellos no fue incómodo. Era cargado de cosas no dichas.

Jacob sentía que podía perderse en sus ojos sin fondo, y Valery, por su parte, lo miraba como si estuviera a punto de cometer una locura deliciosa que cambiaría el rumbo de ambos.

Entonces, ella se puso de pie con una elegancia natural.

—Dame unos minutos… casi anochece. Quiero que salgamos a caminar… o algo más divertido.

Jacob asintió con una sonrisa torcida, la vio desaparecer por un pasillo lateral, y mientras esperaba, sus ojos se perdieron en los detalles del lugar, los libros apilados con esmero, la alfombra antigua que contaba historias sin palabras, las figuras oscuras y enigmáticas en los estantes. Había belleza en cada rincón, pero también una melancolía suave, como si el apartamento guardara recuerdos y secretos que nadie se atrevía a nombrar.

Detrás de la puerta entreabierta, Valery se arreglaba frente a un espejo cubierto. Con un suspiro, retiró la cortina un instante.

No hubo reflejo, solo el marco vacío, desprovisto de cualquier imagen.

Aun así, sonrió con serenidad.

Se soltó el cabello, dejándolo caer como una cascada oscura y sedosa sobre sus hombros.

"¿Estoy haciendo lo correcto?", pensó mientras sus dedos jugueteaban con un mechón. "Esto no es prudente, no es lógico, pero... hace tanto que no sentía esta emoción dentro de mí, esta anticipación humana, casi infantil." Eligió un vestido liviano de color vino que flotaba con cada movimiento, vaporoso y etéreo.

Mientras lo deslizaba sobre su piel, su mente regresó al momento en que Jacob la había mirado con esa mezcla de deseo y ternura que ningún otro ser había logrado inspirar en siglos.

"Me estoy acercando demasiado, y lo sé. Pero esta noche... esta noche quiero sentir." Se pintó los labios de un rojo apenas perceptible, como si quisiera seducir al mundo con un susurro.

Se calzó unas zapatillas cómodas, pero elegantes, y salió, lista para perderse con él en la noche.

La noche cayó sin premura, tibia y serena.

Ambos salieron juntos, caminando en silencio hasta una estación de bicicletas urbanas, tomaron un par y comenzaron a recorrer la ciudad. Las luces de los escaparates se encendían una a una como luciérnagas urbanas, y el sonido de sus risas se mezclaba con el bullicio distante del centro, envolviendo todo en una atmósfera mágica.

Valery pedaleaba con libertad, como si cada giro del pedal la despejara de siglos de sombras, con el viento acariciando su rostro como una caricia largamente añorada.

La falda ondeaba tras ella como una bandera de fuego en medio de la penumbra citadina, y por un instante, se sintió humana otra vez, como una muchacha que escapa de un encierro invisible para probar el sabor efímero de la vida, y Jacob la seguía, grabando en su mente pequeños fragmentos del momento, como capturando gestos, carcajadas, miradas.

"No debía dejarme ver tan expuesta con un humano, pero por él... por esto... no me importa en lo absoluto", pensó ella, con una mezcla de alegría, vértigo y peligro latiendo bajo su piel inmortal.

Se detuvieron frente a un parque silencioso, donde los árboles se mecían suavemente bajo la brisa nocturna.

El césped olía a húmedo y tierra fértil, y el cielo sobre ellos era un lienzo púrpura tachonado de estrellas incipientes. Jacob se acercó, le corrió un mechón de cabello del rostro y la miró como si ella fuera todo lo que el mundo podía ofrecer.

"¿Cómo fue que llegaste a mí, humano? ¿Por qué me haces querer vivir algo que creí prohibido?", se preguntó Valery, sintiendo el peso de un deseo que llevaba siglos negándose, una necesidad que amenazaba con romper todas sus reglas.

Jacob la miraba en silencio.

"Quiero casarme con ella... quiero una vida con esta mujer", pensó, y aunque no dijo nada, el brillo en sus ojos hablaba por él, con una sinceridad que atravesaba cualquier máscara.

Se abrazaron. No como quien busca refugio, sino como quien se reconoce al fin.

Sus cuerpos encajaban con naturalidad, como si fueran piezas destinadas a unirse, en ese instante, el mundo pareció detenerse, y el tiempo se volvió maleable, suspendido entre la respiración de ambos.

Sus rostros se acercaron, el momento era perfecto, suspendido como una nota al final de una melodía eterna.

Valery sintió un cosquilleo recorrerle la piel, como si su cuerpo recordara sensaciones olvidadas hace siglos, su pecho se tensó, no por miedo, sino por la sobrecarga de emociones que desbordaban sin permiso.

"¿Cómo puede un gesto tan simple sentirse tan trascendental?", se preguntó, mientras el calor que irradiaba Jacob se mezclaba con el frío ancestral que aún habitaba en su interior, suspendido como una nota al final de una melodía eterna.

Jacob contuvo el aliento.

Valery inclinó ligeramente la cabeza.

Pero entonces ella se alejó un poco.

Una sombra de miedo cruzó su mirada, porque si lo besaba, sabía que algo podía activarse, algo que no podría deshacer, una conexión profunda que traspasaría las barreras del alma.

Jacob no insistió. Solo sonrió y le tomó la mano con suavidad.

Ella no la soltó, y por un instante, solo se quedaron allí, unidos por algo invisible pero irrompible.

"Ahora sé que el vínculo ha comenzado. Solo falta un paso… y ya no habrá vuelta atrás", pensó ella, mientras la ciudad susurraba a su alrededor, ajena a la historia que acababa de comenzar y al destino que se entrelazaba

con cada latido de su corazón inmortal.

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