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Cuando el amor despierta los dones

Valery se encontraba en su dormitorio, abotonando con parsimonia la manga de su abrigo oscuro, concentrada en la rutina como si eso pudiera calmar la inquietud latente en su interior.

El silencio le pesaba más que el clima.

Afuera lloviznaba con la constancia típica de la ciudad, pero adentro, algo más comenzaba a moverse, algo sin forma ni nombre, que comprimía su pecho de manera inusual.

Justo al atarse las botas, sintió un tirón interno, y al mismo tiempo, una ráfaga de viento más fuerte golpeó el ventanal con un crujido seco.

Las luces parpadearon levemente, como si la electricidad se hubiera alterado por un segundo, a lo lejos, el aullido de un perro quebró el silencio, y Valery, aún agachada, sintió que el tiempo se detenía.

Todo en el ambiente pareció anunciar que algo estaba a punto de romperse, algo invisible, pero tan real como el aire que ya le costaba respirar, como una presión repentina en el centro del tórax que le robó el aliento.

El dolor era sordo, pero tan real como un puñal invisible, se llevó la mano al pecho, confundida. No era físico, al menos no como una dolencia médica.

Era más profundo, más antiguo.

Su visión se nubló un instante.

Su respiración se volvió errática y un presentimiento se instaló en ella como un presagio ineludible, vibrante, tenaz.

—Jacob… —murmuró con los labios tensos, sintiendo cómo su nombre le ardía en la garganta, como si fuese una súplica o una advertencia.

Dejó caer el abrigo, tomó el celular con dedos temblorosos y marcó de inmediato.

No sabía qué estaba pasando, solo sabía que algo estaba mal.

Él estaba en peligro, no había lógica, solo certeza. Una certeza visceral, como un eco antiguo que gritaba desde su alma.

En otra parte de la ciudad, Jacob golpeaba con la palma abierta el escritorio de su jefe.

La rabia le ardía bajo la piel como fuego contenido, su pecho subía y bajaba con fuerza, y su mirada era un relámpago a punto de estallar.

—Esto es una burla —espetó, con la mandíbula apretada.

Su jefe, un hombre de traje impecable y sonrisa irónica, se recostó en la silla sin perder la compostura, jugaba con un bolígrafo entre los dedos como si nada lo tocara.

—Lo siento, Jacob, pero es decisión de la gerencia. Laura tiene... otras cualidades que también valoramos en esta empresa.

—¿Te refieres a que es bonita? Porque experiencia no tiene —respondió con desprecio.

—No pongas palabras en mi boca, pero si no te gusta, tienes la puerta.

Jacob lo miró con los ojos inyectados de rabia. En su mente, una oleada de frustración lo consumía.

"Dediqué años, esfuerzo, sacrifiqué fines de semana, y ni siquiera me dan la cara para decirme que no valgo". Sentía cómo su orgullo, su constancia y cada pequeña victoria diaria eran aplastados por una sonrisa sarcástica y un nombre ajeno.

Le dolía, no solo por lo profesional, sino por la dignidad que le estaban arrebatando frente a todos. Su dignidad herida lo abrasaba por dentro.

Giró sobre sus talones y salió del despacho sin mirar atrás, el sonido de sus pasos retumbó por el pasillo vacío, marcando un ritmo de frustración.

Cruzó la recepción, ignorando las miradas curiosas, y se dirigió al estacionamiento, sacó las llaves de su auto con brusquedad y Justo cuando las apretó con fuerza, su celular vibró en su bolsillo.

Era Valery.

—¿Val? —dijo, contestando al instante con voz aún agitada.

—Jacob —su voz era suave pero tensa, como un hilo que está a punto de romperse—. ¿Estás bien?

—Tuve una discusión en el trabajo. Me dieron la espalda por alguien nuevo, por supuesto… Estoy saliendo del edificio, no es un buen día.

—Jacob, por favor, quédate ahí, no subas al auto, no salgas aún.

—¿Qué sucede contigo? —preguntó, confuso, deteniéndose junto a su coche, con las llaves temblando en su mano.

—No me preguntes por qué… solo prométeme que te quedarás allí unos minutos. Es importante.

El tono de Valery no era uno que pudiera tomarse a la ligera. Había urgencia, había miedo, y, sobre todo, había amor en sus palabras.

Un amor que desbordaba cada sílaba.

Jacob tragó en seco.

—Está bien —dijo al fin, con más ternura de la que pensaba tener en ese momento—. Lo prometo.

Valery dejó caer el teléfono sobre la cama y comenzó a vestirse de inmediato.

Mientras se colocaba la ropa, una punzada le recorrió los brazos, sabía que salir significaba exponerse al sol, aunque fuera tamizado por las nubes.

Cada rayo, por leve que fuese, le causaba un escozor punzante, como pequeñas brasas extendiéndose sobre su piel.

El ardor comenzaba antes siquiera de abrir la puerta, y, aun así, no se detuvo. El vínculo con Jacob palpitaba más fuerte que el dolor, más hondo que su propia sangre.

A pesar de que había sol, tenía que salir y, aunque débil por la niebla, su luz todavía era capaz de debilitarla, de hacerle arder... Se cubrió con un abrigo grueso, se colocó una bufanda, gafas oscuras y una capucha amplia que ocultara cada rastro de su identidad. Su piel comenzó a irritarse apenas cruzó la puerta, pero no le importó.

El lazo era más fuerte que su dolor.

Jacob era más importante que cualquier debilidad.

Caminar por las calles le resultó agotador. Cada paso era un esfuerzo, cada esquina un reto.

Cada rayo filtrado por las nubes le quemaba sutilmente la piel, pero avanzaba.

No por deber sino por amor.

Por algo que palpitaba en lo más hondo de su alma inmortal, y que ahora encontraba un propósito humano.

Minutos después, Jacob aún esperaba junto a su coche, algo inquieto, observando el reloj y el cielo, preguntándose qué pasaba.

Entonces la vio aparecer desde la esquina, su silueta, cubierta casi por completo, caminaba como si el suelo doliera. Había algo en su forma de moverse que lo alarmó y rápidamente corrió hacia ella sin dudar.

—Val, ¿qué pasa? Me estás asustando.

Valery no respondió. Solo lo abrazó, lo envolvió con sus brazos y pegó su rostro a su pecho como si quisiera detener el tiempo, el mundo se desdibujó a su alrededor.

Todo desapareció.

Y entonces, como un relámpago que cruza la noche sin previo aviso, la visión la golpeó.

El abrazo, cargado de urgencia y de un amor contenido, fue el umbral, el contacto con Jacob activó algo en ella, una chispa que estalló en su interior como una sinfonía de imágenes imposibles de contener. Su pecho se expandió con un latido desconocido y sus pupilas se dilataron.

El mundo físico pareció desvanecerse, borrado por la intensidad de lo que se abría ante sus ojos.

Jacob conduciendo.

El volante temblando, y de pronto un giro brusco, un sonido metálico desgarrador.

El auto volcando sobre el asfalto mojado, chispas, llamas, el parabrisas astillado, el humo y la cabina distorsionada por el fuego.

Él atrapado gritando, llamándola sin voz.

Muerte, oscuridad y Silencio.

Abrió los ojos con violencia. Un sollozo silencioso se le escapó entre los labios. Jacob la miró, preocupado, tomándola de los hombros.

—¿Qué sucede?

Valery desvió la mirada hacia el suelo.

—Solo fue… un mal presagio —murmuró, sin fuerzas.

Luego lo tomó de las manos con una firmeza inesperada.

—Por favor, revisa tu auto, y hazlo ahora. Por favor, Jacob.

Jacob, aún sin entender, pero tocado por la urgencia en su voz, obedeció.

Se agachó junto al chasis, sin mucha fe, pero entonces lo vio. Un charco pequeño, aceitoso, extendiéndose lentamente bajo el coche, se inclinó más y noto el líquido viscoso.

Abrió el capó, el depósito de frenos estaba casi vacío.

—Esto pudo matarme —dijo en voz baja, mirando a Valery como si por fin entendiera que había algo más, algo que él no conocía, pero que empezaba a intuir.

Ella lo miró con lágrimas contenidas.

—No lo supe… lo presentí —susurró.

"Esto solo sucede cuando el vínculo es real... cuando el alma se conecta más allá de la sangre. Estoy enamorada. Y ese amor... acaba de salvarle la vida", pensó Valery, mientras lo observaba a su lado, con el corazón latiendo en un ritmo que ya no era suyo.

Jacob, sin saberlo, se giró hacia ella y le dedicó una leve sonrisa casi imperceptible, pero cargada de una ternura instintiva que le rozó el alma.

Y por primera vez en siglos, no le temió al don que había despertado. Le temió a lo que no podría detener si algún día ese amor se apagaba.

Porque amar así, con el alma encendida, era también un pacto con el destino.

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