La niña bajo los manzanos

El aire aún conservaba el perfume tenue del incienso que Valery había encendido la noche anterior, pero que ahora ardía solo en la memoria. Sentada junto a la ventana, envuelta en un silencio denso, sus pensamientos se deslizaban como espectros por los rincones del cuarto.

No había dormido, no podía, ni siquiera lo había intentado.

Desde que tuvo aquella visión, la imagen de cuerpos abandonados en los callejones, con el sello del clan Volkov marcado a fuego en la carne, algo se quebró dentro de ella.

"Ellos no se detendrán. Se están alimentando sin reglas. Si nadie hace algo, cosas malas sucederán". Pensó Valery.

Y entre esas visiones, Jacob aparecía como una isla en medio de un mar agitado. El solo hecho de pensar en él era una culpa que ardía bajo su piel.

Desde que la sombra de lo inevitable había rozado su vida con dedos fríos, el descanso le parecía un privilegio inalcanzable.

"Tal vez debería alejarme de él. Tal vez esta historia debe morir antes de nacer. Quizá aún estoy a tiempo de no arrastrarlo a mi condena", pensó, mientras sus dedos recorrían distraídamente las teclas del viejo piano que adornaba el rincón más íntimo de su hogar.

No tocaba, solo rozaba las notas mudas, como si incluso la música temiera romper el silencio que había impuesto como escudo, las teclas frías le devolvían una paz fingida, efímera, casi tan frágil como el hilo de voluntad que aún sostenía.

Entonces, el timbre sonó, interrumpiendo la quietud con un eco que pareció atravesarla por dentro. El sonido no fue solo una llamada; fue una grieta abierta en su cerco de aislamiento.

Una alerta, un recordatorio de que el mundo seguía girando afuera, con o sin su permiso.

Valery parpadeó, como si despertara de un trance profundo. Se levantó con lentitud y cruzó la estancia descalza, sintiendo el frío del suelo contra la planta de los pies. Al abrir la puerta, su respiración se suspendió un instante, como si su cuerpo reconociera antes que su mente lo que estaba por suceder.

Jacob estaba allí. Sonriente. Vulnerable.

Hermosamente humano.

Su aroma, mezcla de madera y jabón, le llegó como un eco de algo perdido y añorado. Valery sintió una oleada cálida envolverla al percibir el calor tenue que irradiaba su cuerpo, un contraste tan marcado con su propia frialdad que por un instante deseó fundirse en esa tibieza.

Sus ojos lo recorrieron con una mezcla de sorpresa y ternura, reconociendo en él no solo al hombre que la atraía, sino a la promesa de una vida que nunca se había permitido imaginar.

Sostenía un pequeño peluche en forma de lobo, con un lazo rojo atado al cuello, una botella de vino bajo el brazo y una carta cuidadosamente doblada. Su ropa era sencilla —un abrigo gris, jeans gastados, una bufanda tejida a mano— pero sus ojos tenían un brillo especial, una luz cálida que desarmaba sin pedir permiso, como el sol atravesando la niebla.

—No es nada extraordinario… —dijo, extendiéndole el regalo sin cruzar el umbral— pero pensé en ti.

Valery lo observó sin hablar. El silencio que los envolvía no era incómodo, sino espeso. Tomó el peluche con ambas manos, sintiendo la suavidad del pelaje sintético que contrastaba con la frialdad de sus dedos.

Luego, desplegó lentamente la carta, como si cada doblez fuera un suspiro contenido, y leyó en silencio:

"Para ti, la mujer que no sé cómo llegó a mi vida… pero de quien no quiero salir."

La frase la golpeó con la delicadeza de una tormenta contenida. El mundo alrededor pareció desvanecerse por un instante, como si solo existiera el susurro de esas palabras y la presencia de él frente a ella.

Su cuerpo no reaccionaba, pero dentro de su pecho, algo latía con fuerza, con urgencia.

Su rostro se mantuvo sereno, casi estoico, pero por dentro la emoción crecía como una ola devoradora. Sus pensamientos eran un torbellino que giraba sin descanso.

"¿Cómo puede alguien tan simple tocar lo que nadie ha logrado en siglos? ¿Cómo puede su ternura doblegar lo que ni la guerra ni el poder han movido en mí?"

Jacob dio un paso atrás con delicadeza, interpretando su silencio como una negativa. No había reproche en sus gestos, solo honestidad y un rastro de tristeza que amenazaba con marcharse en cualquier momento.

—No quiero incomodarte. Solo quería que supieras… que pienso en ti.

Valery alzó la mirada. Sus labios no se movieron de inmediato, pero su mano, temblorosa, se extendió hacia la botella de vino. Al tocarla, rozó por accidente la piel de Jacob.

Y entonces, sin desearlo, su don se activó.

Un estremecimiento le recorrió la columna como un relámpago silencioso. El contacto con la piel de Jacob la sacudió desde lo más profundo, y un mareo leve nubló por un instante su vista. Sus párpados parpadearon una vez, y sintió como si el tiempo se estirara, como si el mundo físico comenzara a desvanecerse en capas. El aire pareció espesar, sus sentidos se agudizaron, y su don —ese hilo dormido entre lo que es y lo que será— despertó sin que ella lo invocara.

La visión fue nítida, viscosa y luminosa.

Jacob corría entre manzanos en flor, riendo con una libertad que nunca antes le había visto. El jardín era amplio, rodeado de cercas bajas, plantas vivaces y flores silvestres. A su lado, una niña de ojos claros lo perseguía, gritando entre carcajadas.

—¡Papá!

Él se giraba, la levantaba entre sus brazos y la hacía girar como un remolino de alegría. Valery, en la visión, sentía el calor del sol sobre su piel y el aroma dulce de los árboles cargados de fruto, y ese instante era tan real que dolía.

Luego, la perspectiva cambió, ahora veía desde los ojos de Jacob.

Y frente a él, estaba ella.

Más madura. Con una sonrisa cálida que parecía contener años de paz, llevaba un vestido claro, el cabello recogido de forma sencilla, y sus ojos —aunque aún grises— brillaban de otro modo, sin culpa, sin sombras, solo luz.

La niña corría hacia ella con los brazos abiertos.

—¡Mamá!

El impacto emocional fue devastador, la imagen se desvaneció con una risa infantil que retumbó como un eco en su pecho, perforando sus defensas con dulzura violenta.

Valery retrocedió un paso, temblando, apretó la carta contra su pecho, cerró los ojos y respiró hondo.

Jacob la observaba en silencio, sin comprender, pero sin presionar, la conexión invisible entre ellos ya lo decía todo.

Con la voz casi inaudible, ella susurró.

—Pasa… por favor.

Él entró sin alzar la voz, sin mover un músculo de más.

Valery cerró la puerta con delicadeza, como si sellara un pacto invisible con ese simple gesto.

Sin decir palabra alguna, fue hasta la cocina y sirvió dos copas del vino que él había llevado. Jacob se sentó en el sofá, y ella a su lado.

No hubo beso, no hubo caricias apresuradas, solo dos presencias compartiendo un mismo espacio, dos almas rotas buscando refugio en el silencio del otro.

El peluche descansaba entre ellos como un símbolo involuntario de ternura.

Jacob le tomó la mano sin pedir permiso. Valery no la retiró.

"Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que permití algo tan simple... y tan humano," pensó, sintiendo cómo esa caricia inadvertida rompía capas invisibles que había construido durante siglos.

"No sé si esto es amor o locura, pero por primera vez, no quiero escapar." Por primera vez, dejó que la calidez de otro ser humano se quedara allí, sobre su piel helada, como un amanecer que no pidió permiso para llegar.

"Vi lo imposible. Y por primera vez… lo quise. Y eso me asusta, porque el deseo, cuando es real, siempre duele. Pero también me da esperanza, porque por primera vez en siglos, sentí que pertenecía a algo que no necesitaba esconder.", pensó, mientras la noche comenzaba a caer afuera, y el apartamento se llenaba de una quietud nueva, no de soledad, sino de esperanza.

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