El aire aún conservaba el perfume tenue del incienso que Valery había encendido la noche anterior, pero que ahora ardía solo en la memoria. Sentada junto a la ventana, envuelta en un silencio denso, sus pensamientos se deslizaban como espectros por los rincones del cuarto.
No había dormido, no podía, ni siquiera lo había intentado.
Desde que tuvo aquella visión, la imagen de cuerpos abandonados en los callejones, con el sello del clan Volkov marcado a fuego en la carne, algo se quebró dentro de ella.
"Ellos no se detendrán. Se están alimentando sin reglas. Si nadie hace algo, cosas malas sucederán". Pensaba Valery.
Y entre esas visiones, Jacob aparecía como una isla en medio de un mar agitado.
El solo hecho de pensar en él era una culpa que ardía bajo su piel.
Desde que la sombra de lo inevitable había rozado su vida con dedos fríos, el descanso le parecía un privilegio inalcanzable.
"Tal vez debería alejarme de él. Tal vez esta historia debe morir antes de nacer. Quizá aún estoy a tie