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Cuando la ternura despierta al monstruo

No era una tarde cualquiera. No por el clima, ni por la ciudad, sino por lo que acababa de suceder.

Jacob aún tenía el corazón agitado tras descubrir que sus frenos habían sido saboteados, y por dentro, una sombra de desconcierto no terminaba de irse.

"¿Quién haría algo así? ¿Por qué ahora?", pensó, mientras una extraña sensación de vulnerabilidad le recorría la espalda.

No estaba acostumbrado a sentirse en peligro real, y menos aún a depender de alguien para sobrevivir.

El miedo era nuevo, pero no paralizante; lo mantenía alerta, con los sentidos encendidos y Valery… Valery lo observaba como si lo hubiera traído de vuelta de la muerte.

Aún con el leve ardor en su piel por haber caminado bajo la luz diurna, sonreía con una dulzura que contrastaba con la tormenta interna que aún vibraba en sus venas. Su respiración era tranquila, pero sus pensamientos bullían.

Una parte de ella deseaba envolverlo en sus brazos y no soltarlo jamás, otra, más antigua y salvaje, luchaba por no clavar sus colmillos en su cuello y beber su esencia como un tributo a la vida que había salvado.

Jacob colgó el teléfono tras hablar con la grúa que se llevaría su auto al taller. Lo miró resignado, con un suspiro que contenía frustración y cansancio.

—Bueno… creo que ya no tengo cómo moverme por hoy.

Valery, que aún tenía los ojos húmedos por la angustia, deslizó una mano por su brazo y le dijo con una chispa traviesa que parecía un rayo de sol entre las sombras.

—¿Y si dejamos todo por hoy y nos escapamos un poco? Alquilemos un par de bicis, solo tú y yo, nada más importa ahora.

Jacob la miró unos segundos, perplejo por la repentina propuesta, pero algo en sus ojos lo arrastraba, había algo en ella que lo anclaba y lo liberaba a la vez.

Asintió sin pensarlo demasiado y en cuestión de minutos, ya estaban pedaleando juntos por la ciclovía del centro, el sol se había ocultado por completo, y las farolas de la ciudad comenzaban a encenderse, pintando las calles con tonos ámbar y sombras suaves.

Recorrieron parques, avenidas bordeadas de árboles, pasaron por puentes donde el río reflejaba las luces con un temblor plateado.

La ciudad, que tantas veces parecía hostil, se volvió cómplice, cada carcajada compartida entre curvas y frenadas fue como una nota musical perdida entre el viento.

Valery se permitió algo que no hacía desde hacía siglos, reír sin miedo.

Cuando se detuvieron, fue frente a un pequeño restaurante discreto, con ventanas empañadas y una atmósfera cálida. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, donde podían ver la vida pasar sin ser vistos. La luz tenue del interior acariciaba sus rostros y los aislaba del mundo exterior.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Valery mientras jugueteaba con el borde de su copa de vino (que no pensaba beber), observando los gestos de Jacob con un interés casi devoto.

Jacob se apoyó en la mesa y respiró hondo.

Tenía los ojos cansados, pero en ellos aún brillaba una llama que no se apagaba con facilidad.

—Frustrado, enfadado y vacío. —Se encogió de hombros—. Me rompí el alma por ese trabajo. No era el ascenso lo que dolía… era sentir que valía para algo, hoy fue como una bofetada en plena cara. Como si todo lo que di no hubiese servido para nada.

Valery lo escuchó sin interrumpir. Por dentro, algo más oscuro se agitaba.

La rabia le subía por la garganta, acompañada de un deseo muy propio de su naturaleza.

Cerró los ojos por un segundo y con un simple roce de sus dedos en la mesa, se proyectó hacia las mentes de aquel jefe altivo y la compañera que lo había reemplazado.

Corrupción, dinero, favores, relaciones ocultas.

Como una cloaca mental, el hedor moral de esas mentes la invadió con fuerza, Valery vio los billetes manchados de deseo, los pactos sellados entre susurros de oficina, los cuerpos usados como moneda de cambio.

Sintió un asco visceral, un impulso que le erizó la piel, en su mente, los rostros de ambos se deformaban, como si fueran máscaras vacías sobre carne sin alma.

Por un instante, imaginó sus venas abiertas, la sangre tibia cayendo en espiral, la sed era real, pero más real era la promesa que se había hecho a sí misma, no cruzar esa línea frente a Jacob.

La injusticia era palpable. Y su instinto le rugía.

Podía tomar su sangre, podía borrar sus nombres de la existencia con una simple mordida, el deseo era tangible, pero respiró profundo y miró a Jacob.

"Amar también es control," se recordó. Y hoy, ella no era una bestia, no con él delante de ella, no mientras su humanidad estuviera despierta.

Después de la cena, salieron caminando despacio por una de las calles menos transitadas del sector. El aire tenía esa frescura agradable de las noches templadas, y las estrellas se asomaban tímidamente entre los tejados. El silencio entre ellos era cómodo, denso, casi sagrado.

Cada paso compartido era una promesa tácita de que esa noche sería recordada.

—Necesito salir unos días, desconectarme. —dijo Jacob, rompiendo el silencio—. ¿Y si nos escapamos a las afueras de Vancouver? Tú y yo… nada más.

Valery se detuvo en seco y lo miró.

La propuesta era tentadora, demasiado, pero el recuerdo de los vampiros descontrolados, del avance del clan Volkov, de la sangre derramada, se asomó como una sombra en su mente.

La guerra se acercaba, lo sabía. Y Jacob era un faro en medio de ese caos.

Aun así, la posibilidad de unos días con él, lejos del ruido, del deber, del pasado… la tentó.

Le recordó la ilusión de una vida posible. Una que quizás no podría tener, pero que aún podía imaginar.

—Si quieres compartir más conmigo… —le dijo, dejando que una sonrisa pícara dibujara sus labios—. Entonces proponlo como se debe.

Jacob frunció el ceño, divertido.

—¿Proponer qué?

Ella no respondió, solo levantó una ceja y lo miró a los labios, no necesitaba decir más.

La insinuación era una invitación a cruzar un umbral del que no podrían volver.

Caminaron hasta una pequeña plaza silenciosa, donde el canto lejano de un músico callejero llegaba en notas sueltas.

El aire olía a madera húmeda y a hojas caídas, Valery se acercó a él sin prisa, apoyó la cabeza en su hombro, cerró los ojos y permitió que su respiración se sincronizara con la de él.

Jacob sintió que el corazón se le aceleraba, la rodeó con los brazos y, con el mayor cuidado, tomó su rostro entre las manos.

Ella abrió los ojos apenas un instante, y en ellos había algo eterno, como si supiera que ese instante era el inicio de algo irreversible.

Y entonces, la besó.

El tiempo se detuvo.

Sus labios se fundieron en una caricia lenta, profunda, silenciosa.

En ese beso había preguntas y respuestas, fuego y calma, deseo y temblor.

Valery se dejó llevar y se abandonó… hasta que las visiones llegaron.

Una boda bajo árboles en flor, una casa de campo, una niña corriendo hacia ellos, llamándolos “mamá” y “papá”. Con su risa llenando el aire. Y luego, oscuridad.

Gritos, guerra, vampiros contra humanos, sangre en las paredes, fuego devorando ciudades.

El deseo carnal se mezcló con el instinto. Valery sintió cómo el calor le subía por el cuello, cómo su pulso se aceleraba de forma antinatural.

Apretó los puños con fuerza, sus uñas se clavaron ligeramente en las palmas. Su mandíbula se tensó, y sin darse cuenta, mordió suavemente su labio inferior para detener el impulso que crecía dentro de ella.

Dio un pequeño paso hacia atrás, como si distanciarse un centímetro pudiera evitar lo inevitable, su cuerpo le pedía una cosa, pero su alma se aferraba a otra más grande, no perderse en el hambre, no perderlo a él.

Sus colmillos comenzaron a doler, querían salir, la sangre en las venas de Jacob la llamaba con un canto primitivo.

Ella apretó los labios.

"No. No ahora. No a él." Se recordó que podía ser algo más, que él la hacía humana, aunque fuera por instantes, y que resistir también era una forma de amar.

Se separaron lentamente.

Jacob la miraba aún con una sonrisa embriagada por el momento.

—Nunca había sentido algo tan simple… y a la vez tan fuerte —susurró Jacob, sin saber que sus palabras eran la daga más dulce y peligrosa para el corazón de Valery.

No notaba el temblor en sus manos, no podía ver la sombra que Valery luchaba por contener, el eco del beso aún palpitaba entre ellos, como un hilo invisible que los unía más allá de las palabras.

"Amarlo es desearlo… y desearlo es querer devorarlo. ¿Cuánto podré resistir?", pensó ella, sintiendo cómo el fuego en su interior no era del todo de amor… sino también de hambre.

Era como una criatura dormida bajo su piel, una bestia primitiva que despertaba con cada roce y con cada susurro.

Una llama crecía en su vientre, devorando lentamente su control, exigiendo ser liberada, pero ella aún luchaba, aún creía que podía amar sin destruir.

Y en ese instante, comprendió que cada caricia sería una batalla.

Y cada beso, una prueba.

Pero también supo que no quería huir de esa batalla.

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