—No te preocupes, todo estará bien. Solo recuerda lo que te dije: haz una reverencia a nuestra emperatriz en cuanto entres, no la mires a los ojos y no hables a menos que ella te lo pida o lo ordene. ¿Entendido?
—Sí —respondí, esforzándome por mantener la voz firme, aunque mis nervios me traicionaban con un temblor apenas perceptible. Catherine me sostuvo la mirada durante unos segundos, como queriendo asegurarse de que sus palabras se habían grabado en mí. Luego, esbozó una sonrisa satisfecha. Después de horas de preparación, al fin parecía conforme con su trabajo. El vestido que había escogido era un blanco impecable, con detalles dorados que parecían captar la luz a cada movimiento. El tejido se ceñía a mi figura con elegancia, resaltando cada curva sin ser vulgar, como si hubiera sido hecho a mi medida. En mi cuello descansaban unas joyas finas del mismo tono, que armonizaban con la delicada diadema que coronaba mi c