—Quiero tocarte… ¿puedo? —susurró contra mi oído, con una voz tan baja y cargada de deseo que me estremecí por completo.
No pude responder con palabras. Solo asentí, temblando bajo el peso de sus labios, de su aliento cálido que acariciaba mi piel. A estas alturas ya estaba perdida en ella, completamente rendida a la intensidad de sus gestos y a la manera en que su presencia me envolvía como una llama imposible de apagar.
Solo quería más de ella.
Con un movimiento firme pero lleno de cuidado, me hizo recostar bajo su cuerpo, borrando cualquier espacio entre nosotras. Su mirada ardiente se hundió en la mía, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. Luego, con la calma de quien sabe que cada segundo es precioso, comenzó a desvestirse.
La tela translúcida de su bata resbaló lentamente por sus hombros, descendiendo como un río de seda hasta perderse sobre la cama. La luz tenue de la habitación delineaba su silu