Su rostro estaba tan cerca que podía sentir cada respiración escapando de sus labios.

Eran cálidas, pausadas, rozando mi piel como si fueran caricias invisibles que encendían cada fibra de mi ser. Mi corazón golpeaba con tanta fuerza contra mi pecho que temí que ella pudiera escucharlo, que tal vez lo sintiera vibrar bajo la palma de su mano cuando, con un impulso tembloroso, la tomé y la guié hasta apoyarla justo ahí, sobre mi pecho.

Nuriel no apartó sus ojos de los míos.

Azules, profundos y misteriosos, me miraban con tal intensidad que parecía desnudar mis emociones, leer mis pensamientos más ocultos sin necesidad de palabras. En esa mirada no había juicio, solo una invitación silenciosa a dejarme ir, a rendirme por completo a lo que estaba a punto de suceder.

—Mi corazón… solo late así de intenso cuando estoy con usted —murmuré, la voz apenas un hilo tembloroso—. C