—Listo —anunció con tono triunfal, recostándose como si acabara de escalar una montaña—. Ya terminé. Ahora dime… ¿dónde están mis chocolates?
Solté una risita suave, aliviada.
Coloqué la bandeja sobre la mesita a mi izquierda y metí la mano en el bolsillo de mi túnica. Mis dedos rozaron el envoltorio de un pequeño bombón dorado.
Lo había traído conmigo desde antes, presentía que lo necesitaría.
Y, como casi siempre, había tenido razón.
—Bueno, como has sido tan obediente —dije en tono juguetón—, creo que te ganaste un premio.
Comencé a desenvolver el chocolate con cuidado, y el papel crujió entre mis dedos con un sonido casi ceremonioso. Me incliné hacia ella, y con una sonrisa más suave de lo que esperaba, susurré:
—Abre la boca una vez más, mi reina.
Nuriel me observó con esa calma suya tan peligrosa, esa que escondía más de lo que mostraba. Sus ojos azules se e