El mundo ya no canta.
No hay susurros en el aire, ni el cálido murmullo que solía sentir bajo mi piel cuando la luna me hablaba en la noche. Solo hay un silencio hueco, pesado como plomo, que se aferra a mi alma como una telaraña invisible. Desperté hace días —o quizás semanas, no lo sé— en este refugio improvisado, con los huesos quebrados por dentro y la mente cubierta de bruma.
Mi cuerpo está vivo, eso dicen. Respira, late, se mueve. Pero todo lo demás... está suspendido en un limbo que no comprendo.
Estoy sola.
Ronan pasa de vez en cuando. Me observa como si temiera romperme con un simple gesto. No dice mucho, y eso me duele más que si gritara